Manzanedo

En su largo recorrido hacia el Mediterráneo, el río Ebro surca el verde Valle de Manzanedo. Para llegar al valle, el río, tras recorrer el sinuoso Cañón del Ebro, se enfrenta a otro complicado paso en la Sierra de Tudanca: el bello desfiladero de Los Tornos. Una vez superada esta estrecha garganta, las aguas del río comienzan un tranquilo recorrido antes de despedirse del Valle de Manzanedo en las proximidades del desfiladero de Los Hocinos.

Los núcleos que integran el municipio, algunos deshabitados, se extienden por este agreste valle cuyo indudable valor paisajístico se ve reforzado por el variado manto vegetal que lo tapiza y que convive con parcelas agrícolas, huertas y plantaciones forestales. Las laderas que delimitan el valle y los pequeños vallejos que conforman el territorio aparecen cubiertas, según su orientación y orografía, por encinas, quejigos, rebollos, hayas, e incluso algún ejemplar de tejo. Entre las especies arbustivas encontraremos espino albar, enebro, brezo, sabina, aulaga o endrino. El recorrido del río por el fondo del valle aparece custodiado por un variado bosque de ribera en el que predominan los chopos.

La gran diversidad vegetal de este enclave botánico, donde conviven especies atlánticas y mediterráneas, el impresionante paisaje kárstico de profundos cañones fluviales y las declaraciones como Lugar de Interés Comunitario (LIC) y Zona de Especial Protección para las Aves (ZEPA), han contribuido a que una parte de este bello territorio se encuentre incluida en el Parque Natural de las Hoces del Alto Ebro y Rudrón.

En el siglo IX o X, en plena repoblación cristiana, se levantó el castillo de Arreba. En esa misma época se excavó, en la blanda roca, el eremitorio de San Pedro de Argés, una excelente muestra de templo rupestre, de similares características a otros que se dispersan a lo largo del Alto Ebro, como la Cueva de los Moros de Manzanedo.

En los siglos XII y principios del XIII, el Monasterio cisterciense de Santa María de Rioseco ejerció su dominio sobre un amplio territorio. Hoy sus evocadoras ruinas en fase de recuperación, evidencian la importancia histórica y cultural que alcanzó este potentado cenobio.

El territorio posee también una excelente muestra de arte románico en la que sobresalen, por su pureza estilística, las iglesias de Crespos y San Miguel de Cornezuelo, aunque otras como las de Manzanedo, San Martín del Rojo o Fuente Humorera presentan buenas formas. Además, otros estilos arquitectónicos, como el barroco o el gótico, tienen su representación en las iglesias de Población de Arreba y Vallejo.

La arquitectura popular, basada en el modelo de casa montañesa o cántabra, cuenta con numerosos ejemplos bien conservados en los núcleos del valle, algunos de los cuales conforman bellos conjuntos rurales. La principal característica de estas viviendas es la presencia de la solana, un balcón corrido de madera abierto en la planta superior y protegida por el avance de los muros. A este modelo básico se añaden en ocasiones fachadas de sillería, escudos, arcos de medio punto, etc. El valle también conserva otros elementos de interés arquitectónico como potros, fuentes, lavaderos, boleras o una serie de curiosos puentes que atraviesan el Ebro.

Las posibilidades deportivas y de ocio están vinculadas a un privilegiado medio natural. Además de la pesca, la caza y el senderismo, que son las más practicadas, el territorio es idóneo para los amantes de la bici de montaña, la equitación, el piragüismo, el rafting, la escalada o el avistamiento de aves. La mayoría de las poblaciones cuentan con una tradicional bolera. Existen algunas zonas acondicionadas para el baño.

Como productos gastronómicos del valle señalamos los obtenidos de la matanza del cerdo. Setas, níscalos, frutas, hortalizas, truchas y miel, completan este sabroso listado.

Arquitectura popular

El río Ebro surca el Valle de Manzanedo dejando pequeños pueblos caracterizados por su cuidada arquitectura popular. Por lo general estos conjuntos se organizan en torno a la iglesia o a veces a lo largo de un camino.

La arquitectura popular ha sabido adaptarse a las duras condiciones climatológicas. La casa tradicional, basada en el modelo de casa montañesa, generalmente presenta una planta rectangular cubierta por un tejado a cuatro aguas. Aislada o adosada a otras construcciones, su fachada presenta gran simetría, con escasos y pequeños vanos recercados por sillar en las esquinas por grandes bloques de sillar. El resto de sus gruesos muros son de mampostería. 

Lo más habitual es que presenten planta baja, con una o dos alturas y una planta bajo cubierta. Pero su elemento común es la solana; ese balcón corrido de madera que aparece en el piso superior y que en ocasiones se pinta con colores muy llamativos. 

En algunos casos junto a la vivienda aparecen edificaciones destinadas a otros usos agrarios como almacenes. Pero hay un elemento que caracteriza a muchas viviendas en el Valle de Manzanedo, como  es su portalón: una gran puerta de dos hojas cubierta por un tejadillo que permite el acceso a un patio anterior a la vivienda. 

 

Construcciones religiosas: De los templos románicos a la armonía del Renacimiento

La arqueología ha documentado la existencia de varios castros ocupados probablemente por pequeños pueblos ganaderos en la Edad del Hierro. El castro de Cidad de Ebro situado sobre un espolón rocoso con un extraordinario dominio visual sobre los pasos del Ebro, y frente a él el Castro de Manzanedo, también situado estratégicamente, son el testimonio de aquellos tiempos remotos.

Un factor importante en el nacimiento de las aldeas medievales fueron los asentamientos de pequeñas comunidades monásticas. En esta zona, al igual que en muchos otros lugares del Alto Ebro, se conservan los restos de pequeños eremitorios excavados en la roca: la Cueva de San Pedro en Argés, y la Cueva de los Moros en Manzanedo. Cerca de Crespos, las llamadas “Tumbas de los Moros” son un conjunto de sepulcros antropomorfos excavados en la roca que corresponden también a este momento histórico.

Estos eremitorios fueron el antecedente de monasterios propios o familiares como el que existió en Rioseco hasta el siglo XII. Eran pequeños templos en torno a los cuales vivían unas pocas familias. El año 1171, Martino Martini de Uizozes y sus hijos donaron a la comunidad de monjes de Quintanajuar lo que llamaban un “proprium monasterium nostrum quod uocitat Sancta Maria de Riuo Sicco”. Algunos años más tarde, los monjes se trasladaron a este monasterio y poco después iniciaron la construcción de uno nuevo. Durante varios siglos el monasterio de Rio Seco fue uno de los más importantes de Castilla y tuvo un gran papel en la formación de los pueblos y granjas del Valle de Manzanedo.

Lo que hoy es la iglesia de San Miguel de Cornezuelo, también fue un viejo monasterio de propiedad particular, que en el siglo XIV era de “Lope Garçia e de Pero Gonçalez su hermano”.

Una economía de subsistencia y por lo tanto una escasez de recursos ha propiciado la conservación de sus primitivos templos románicos en los que se han realizado pocas intervenciones a lo largo del tiempo.  Fue en los últimos decenios del siglo XX cuando el abandono y la ruina comenzó a destruir lo que había permanecido inalterable a lo largo de varios siglos. Sin embargo, en los últimos años, gracias al entusiasmo y al esfuerzo de los escasos vecinos de estos pueblos, se están empezando a recuperar.

Las bellísimas iglesias románicas de Crespos, San Miguel de Cornezuelo, Manzanedo y San Martín del Rojo constituyen ejemplos de un románico popular con una gran personalidad. También son interesantes la pequeña y sencilla ermita románica de la Virgen Blanca de Cidad de Ebro y algunos restos en otras iglesias como en la de Peñalba.

El monasterio de Santa María de Rioseco es un perfecto paradigma de la integración de estilos arquitectónicos a lo largo del tiempo. Al templo construido en el siglo XIII según los austeros modelos utilizados por los cistercienses, se añade un elegantísimo claustro renacentista de estilo herreriano que sustituyó al primitivo. A lo largo de los pueblos del Valle de Manzanedo es posible contemplar una clase de historia de arte religioso.   

 

Puentes sobre el río Ebro

Hasta la construcción del Embalse del Ebro, el caudal del río no había estado controlado por el hombre. La vital necesidad de unir ambas orillas agudizó el ingenio de sus habitantes durante el siglo pasado. 

En varios puntos del valle, al no existir puentes de otras épocas, afrontaron la construcción de unos curiosos puentes de estilo popular. Se trataba de una construcción donde varios montones de piedra a modo de pilares, se enlazaban entre sí por unas vigas de hormigón. 

Una sencilla forma constructiva que hoy podemos ver repetida en Argés, Manzanedillo, o Cidad de Ebro. 

Este modelo constructivo se repite los valles cercanos, en lugares como Tudanca, Barriolacuesta o Remolino.